Los nadadores diurnos

De un tiempo a esta parte acostumbro a levantarme antes del amanecer y, sentado en un sillón orejero de segunda mano en el que posiblemente una madre amamantara a su bebé – o eso escribió una mujer en su perfil de wallapop-, dedico las primeras horas del día a contemplar el amanecer acompañado de la lectura de los Evangelios y del Corán. Se trata de un momento inquietante éste del paso de la oscuridad a la luz: en él he tratado -en vano- de captar, de asistir, de aprehender ese instante preciso, desesperado -y vivificador a la vez- en el que desaparece el último rastro de tiniebla y la luz invade de nuevo el mundo. Pero es imposible: en cuanto uno se quiere dar cuenta el último rastro de oscuridad ha desaparecido ocultándosete y la luz nos recuerda que un nuevo día ha comenzado. Lo mismo ocurre con el instante justo del florecimiento. De camino al trabajo acostumbro a pasar por un pedazo de campo castellano -reducto de viejas parcelas que tarde o temprano terminarán convertidas en cucos adosados que contribuyan a engrosar el endeudamiento de nuestras clases medias-, campo en apariencia yermo pero que, con la llegada de la primavera comienza a reverdecer; pues bien, he dedicado tiempo a observar -en vano- este renacer a la espera de poder asistir justo a ese preciso instante del florecimiento. Imposible.

Horario: 20:30h.

Precio: desde 6 €