Toro
En el extremo sureste de la provincia, donde confluyen los territorios de Zamora y Valladolid, se extiende la comarca vitivinícola de Toro, una tierra donde ya se fermentaba la uva cuando las tropas de Roma tomaron la actual villa toresana como base para derrotar a cántabros y astures. Constituida oficialmente en 1987, la Denominación de Origen Toro comprende parte de las comarcas naturales de Tierra del Vino, Valle del Guareña y Tierra de Toro, y linda con los páramos de Tierra del Pan y Tierra de Campos. La extensión de la zona es de 60.000 hectáreas, 5.500 de ellas dedicadas a la vid, lo que ha ayudado a conformar un paisaje característico. La zona abarca 3 municipios de Valladolid, que incluyen 11 bodegas, y 12 términos municipales zamoranos. Además de la ciudad de Toro, la parte zamorana de esta DO incluye los municipios de Argujillo, Bóveda de Toro, Morales de Toro, El Pego, Peleagonzalo, El Piñero, San Miguel de la Ribera, Sanzoles, Valdefinjas, Venialbo y Villabuena del Puente.
El gran frío del invierno toresano y las altas temperaturas registradas en verano, con un gran número de horas de sol al cabo del año, aportan una calidad excepcional a la uva, de forma especial a la variedad autóctona, la tinta de Toro, verdadera estrella vinícola, mediática y cultural de la comarca. Goza de certificado de variedad autóctona con características ampelográficas y agronómicas diferenciadas. No obstante, se considera una adaptación de la tempranillo o tinta del país. Además de la variedad principal, el reglamento de la denominación de origen contempla 23 Bodegas de la DO Toro 24 el uso de la casta garnacha, conocida también como tinto aragonés. Como variedades blancas autorizadas están la uva verdejo y la uva malvasía. Entre los vinos que han dado fama mundial a la comarca están sus tintos jóvenes y robles, y sus crianzas: elaboraciones con un mínimo de dos años naturales, de los cuales al menos seis meses habrán permanecido en barrica de roble. Para la utilización de la contraetiqueta con mención ‘reserva’, el vino deberá tener un mínimo de tres años naturales, con al menos doce meses de envejecimiento en barrica. Respecto a los grandes reservas, el vino tendrá cinco años o más, con al menos 24 meses en envase de roble. También se elaboran vinos rosados y blancos, un complemento necesario a los verdaderos reyes de la denominación, los tintos, que han logrado expresar lo que el consumidor, los enólogos y el mercado demandan: color, abundante fruta, un buen músculo y una capacidad imparable para integrarse en el roble, evolucionar en botella y alcanzar el clímax sensorial. Un tanino generoso y una sinfonía de aromas y matices que demuestran su finura en la copa.